Es la noche de los deseos, la que, tradicionalmente, marca el inicio del verano, la misma que dicta (o eso dicen) si el viento soplará de levante o de poniente durante el resto del año. Constituye, junto con la carrera nocturna que la precede, una de las costumbres más arraigadas dentro del incomprensiblemente extenso calendario de eventos caballa. No es un simple festividad: San Juan es, por el solo peso de su historia, muchísimo más que una mera celebración.

Su fecha -el 23 de junio- luce marcada en rojo en los almanaques de miles de ceutíes (más en los de los jóvenes que en los de aquellos que ya tienen cierta edad). Su fama está más que justificada: para muchos (muchísimos), es "la mejor noche del año", una en la que lo viejo da paso a lo nuevo, una en la que la esperanza y el optimismo están especialmente presentes.

Acostumbra a tomar como escenarios las playas de La Ribera y El Chorrillo. Acostumbra, también, a hacer trasnochar a quienes, por una cuestión de edad, no tienen que levantarse temprano a la mañana siguiente. Por más que el día 24 sea lunes -y eso es justo lo que ocurrido este curso-, la juventud ceutí se niega sistemáticamente a desaprovechar el San Juan. "Hay que darlo todo", explicaba al que escribe estas líneas una adolescente autóctona.

Para los más disfrutones, la efeméride representa la excusa perfecta para pasar horas y horas entre arena y sal (justo como en aquella célebre canción de Supersubmarina). Suele haber dos bandos: por un lado, están aquellos que vienen cenados de casa; en la otra cara de la moneda, se encuentran los que prefieren pedir unas pizzas y comer en compañía de sus allegados. La realidad es que, al final, poco o nada importa cuál sea el plan de comida: a San Juan, se va a pasarlo bien y ya.

El momento culmen llega siempre a las doce en punto. Con el caer de la medianoche, el cielo caballa se llena de luz: aparecen entonces en nuestro firmamento los fuegos artificiales (153 kilos de pólvora, ni más ni menos). Durante quince minutos en los que el sonido de los estallidos opaca todo lo demás, cientos -puede que miles- de convecinos inmortalizan el momento con sus teléfonos móviles.

Sucede tanto antes como después del espectáculo pirotécnico: hay quienes -cumpliendo con esa tradición que dice que da suerte- se descalzan y meten los pies a remojo en la orilla de la playa que hayan elegido. Muchos otros -cada vez son más- optan por desnudarse parcialmente y, tras ello, zambullirse en el agua, casi como queriendo, directamente, invocar ante sí a la diosa Fortuna (también puede, simplemente, que lo hagan para refrescarse).

Este año, a diferencia de lo visto en tantas y tantas ocasiones, los fuegos de artificio han precedido a la acostumbrada quema del 'Juanillo'. Ha sido cuando el estruendo ha cesado cuando Juan Vivas, mechero en mano, ha encendido la traca cuyos petardos han provocado, a la postre, que la efigie de madera se convirtiese en pasto de las llamas.

No ha habido declaraciones; nada de felicitar -como otros años- "a todos los Juanes y las Juanas": esta vez, el presidente de la Ciudad ha optado por guardar absoluto silencio ante la prensa. "Empieza a hacer calor": esas han sido sus únicas palabras delante de los periodistas. No, no es que Vivas tuviese fiebre; es solo que se encontraba a pocos metros del 'Juanillo' cuando este ha comenzado a arder.

Este 2024, la figura elegida por el Gobierno local para recibir el estío ha sido un delfín con cualidades humanas. Tan humano era el mamífero que, antes de ser devorado por el fuego y reducido a cenizas, llevaba consigo un smartphone de aspecto similar a uno de esos que llevan el logo de la manzana mordida . La Ciudad buscaba, con ello, "hacer referencia al uso responsable de los dispositivos móviles".