Ceuta

Ceuta, vista desde el mirador de Isabel II

Alicia Morales Fernández, vocal de la Casa Regional de Ceuta en Algeciras

Siempre he pensado, como muchos escritores y amigos, que mi patria es mi infancia, porque es el lugar donde siempre volvemos, donde fuimos felices o infelices. Donde creímos en el futuro, donde desarrollar la fantasía y soñar es algo permitido, casi obligatorio.

Mi infancia siempre irá ligada a los patios, las noches de verano en la calle y a la curiosidad, que afortunadamente nunca me ha abandonado, tal y como reflejo en mi primera novela “Donde madura el limonero”.

Por lo general, no me gustan los ultranacionalismos, ni me gusta creer que mi tierra, el lugar donde nací, es el mejor del mundo, porque ambas cosas denotan que se ha viajado poco y se ha leído menos.

Pero yo amo a mi patria chica, la ciudad que me vio nacer, más allá de las rimas impostadas y los ripios, más allá de los golpes de pecho para demostrar que somos más españoles que nadie, más allá de las banderas colgadas en los balcones.

Ceuta es hermosa,  pequeña y marinera, como define un soneto bellísimo del poeta Luis López Anglada. Ceuta tiene el mar a ambos lados, una certeza de Mediterráneo en su bahía sur, y una promesa de Atlántico en la norte. Huele a mar, a mar limpio, como huelen las ostras o el pescado vivo. En ella todo es marinero: historia de barcos que atracaron y “encontraron aquí su hogar”, garum, salazones, bonitos secándose al sol.... Sus Murallas Reales albergan todos los secretos de los tiempos y su foso, el único foso navegable del mundo es una explosión de belleza.

Yebel Musa, o la mujer dormida, se extiende en el horizonte dejándose llevar por los atardeceres más luminosos y violetas que he conocido nunca, eso sí, en tardes de poniente.

La gente de Ceuta ha crecido celebrando la Navidad con la harera y la pastela, con el respeto al rezo que rompe el ayuno al caer el día.  Estos últimos años la Pascua, las tres: la judía, la musulmana y la cristiana han coincidido en fechas. Aquí nos bañamos desde toples a burkinis. Sacamos al Dios Ganesh a la calle, y algunos hindúes hacen de costaleros en nuestra Semana Santa.

Con tanto mestizaje, tanto yodo del mar y tanto viento de levante nos convierte en gente abierta, comunicativa y cosmopolitan. Un poco loca, bastante creativa y dependiente de los vientos. No todo el mundo, claro, hay ceutíes que viven en su urna de cristal para que los cambios y lo distinto no los toquen. Suelen ser individuos que no salen de su barrio y sólo se relacionan entre iguales. Pero gente así las hay en todos sitios.

Ceuta es un lugar de una profunda belleza, por fuera, que es evidente, y por dentro si somos capaces de ir quitando cada velo que la esconde.

Como dice el poeta:

Y allí está, entre la arena y la muralla,

Como una niña que bajó a la playa

Y se le fue a la madre de la mano.