Una ceremonia íntima, sin grandes dispendios, sin florituras: así ha sido el evento que le ha valido a Ceuta la conmemoración del Levantamiento del 2 de Mayo de 1808. Doscientos dieciséis años después de que el pueblo madrileño decidiera alzarse en armas contra la ocupación francesa auspiciada por Napoleón Bonaparte, la ciudad autónoma ha vuelto a rendir tributo al que fue uno de los principales cabecillas de la sublevación: el bravo teniente Ruiz.

Más allá de los rostros que figuraban dentro del palco de autoridades (muchos de ellos, renovados), pocas novedades ha habido en un acto que ha estado precedido por una santa misa que, como marcan los cánones, ha transcurrido al completo bajo el techo de la Iglesia de San Francisco. Allí, en el interior del templo que hace las veces de sede de la Hermandad de Las Penas, ocupaban la primera fila el presidente de la Ciudad y varios miembros de la actual Asamblea.

Ha sido una ceremonia íntima, sí, pero algo menos que la del pasado curso. El escenario elegido ha sido el mismo que el de entonces (por la sencilla razón de que no podía ser otro): la céntrica plaza a la que da nombre el hoy homenajeado. Al término de la homilía, hacían acto de presencia en la zona quienes, previamente, venían de comulgar; tras estos, hacían lo propio multitud de paseantes que no querían perderse la cita por nada del mundo.

Iniciado el evento, tomaban posiciones militares y fotógrafos. Unos lo hacían entre quejas por la falta de espacio y lo estricto del protocolo; otros tantos -la mayoría- optaban por la más pura resignación. Junto a Regulares, coronaba la formación un reducido y modesto destacamento de la Banda de Música de la Comandancia. A sus mandos, la siempre estoica Amadora Mercado del Río, quien ha recibido la gustosa encomienda -y ya van incontables- de aderezar la gala a golpe de batuta (en connivencia con sus propios músicos, claro).

La seriedad se tornaba por completo en solemnidad con la llegada al lugar de Juan Vivas, Cristina Pérez y Marcos Llago. Posicionados los tres, un efectivo del Grupo nº 54 solicitaba al comandante general autorización para dar inicio a la actividad. "Permiso concedido", replicaba Vivas a instancias del propio Llago.

Ciertamente, el modus operandi apenas ha diferido de todo lo visto con anterioridad. Con el silencio reinando de nuevo en la glorieta, Vivas, Pérez y Llago recibían en mano sendas coronas de flores que no dudaban en depositar a los pies del monumento que recuerda a Jacinto Ruiz y Mendoza. Al término, Regulares teñía la zona de rojo y blanco con un desfile Revellín abajo. En mente, el vivo recuerdo del cabo Palacios.