Empezó siendo -hace ya muchísimos años- una simple verbena, una cercana (salvando las distancias) a aquellas que, en la actualidad, se llevan a cabo de tanto en tanto en algunas de las barriadas más periféricas de la ciudad. No tardó mucho en ganar adeptos y, con ello, en convertirse en lo que sigue siendo aún a día de hoy: un símbolo, un verdadero estandarte, una costumbre tan arraigada dentro del vasto imaginario caballa que su solo desconocimiento podría acarrear a uno, de ser otro el escenario, la retirada del carnet de ceutí.

Tan solo ha habido en la historia dos ocasiones en las que las circunstancias han impedido su celebración: ambas fueron consecutivas; tras ellas, estuvo ese tal 'coronavirus' que tanto tiempo nos privó de vivir con 'normalidad'. En 2022, la Cofradía que agrupa a sus fieles recuperó la tradición. Tras un 2023 en el que la acogida fue, incluso, mayor, este año, Ceuta ha vuelto a honrar al que, por historia, es el segundo patrón de quienes habitan la Perla (de aquellos que profesan el catolicismo, al menos): San Antonio.

Fiel a su cita, el santo muerto en Padua -de ahí su apellido- a principios del siglo XIII ha vuelto a salir hoy de su ermita tal y como acostumbra a hacer cada 13 de junio. Lo ha hecho, para sorpresa de muchos de quienes han secundado su salida, al amparo de varios miles de incondicionales en el contexto de lo que, a todas luces, ha sido un evento más que multitudinario.

Abarrotada: así estaba la zona aledaña a la ermita. A falta de datos oficiales, el que escribe estas modestas líneas solo puede decir -con conocimiento de causa- que no cabía un solo alfiler. El lleno, más que absoluto, era imponente. El seguimiento ha sido tal que, llegado el mediodía, el Gobierno local se ha visto en la obligación moral de extender el servicio gratuito de autobuses dispuesto por AMGEVICESA. La "gran afluencia de público" ha hecho de la decisión un movimiento menester.

El día acompañaba. Pese a que a primera hora refrescaba, el calor ha acabado por hacer acto de presencia pasadas las once de la mañana. Ha sido sobre las dos en punto, con el sol en posición cenital, cuando el ardor primaveral ha llegado también a su punto más álgido. En un momento determinado, el bochorno ha sido tal que no había nadie que no tuviese la frente impregnada en sudor.

A las diez y media, antes de meterse a hablar de ACEMSA y de menores no acompañados en el marco de su "tradicional comparecencia" previa a la romería, Juan Vivas ha verbalizado ante la prensa local su "deseo de que todos pasemos un día agradable, feliz y de júbilo en compañía de los recuerdos, de la familia y de los amigos". Aun sin conocer qué opinan cada uno de los caballas que han tomado parte en la cita, cualquiera -cualquiera que haya estado allí- diría que así ha sido, que los anhelos del presidente se han cumplido.

A pesar de ser un accesorio opcional, el sombrero de paja ha vuelto a ser uno de los protagonistas indiscutibles de la jornada. Más que por decenas, estos se contaban por cientos (puede que por miles). Al margen de su innegable atractivo estético, su uso le ha valido a muchos el poder resguardarse parcialmente de nuestro astro rey, mas no de la humedad tan propia del levante.

Si la estampa en la que cada curso se desarrolla la romería es ya esplendorosa, la de este 2024 estaba, directamente, a otro nivel. Buena parte de la culpa de que así haya sido la tiene la Cofradía que encabeza Carlos Orozco, que, tras largos meses de arduo trabajo, dio a San Antonio hace ahora dos semanas la casa que este merece: el prometido Centro Multicultural, "un hecho soñado".

La ermita no ha sido el único lugar en recibir un lavado de cara: el Gobierno local viene de renovar también el maltrecho asfalto del mirador al que da nombre el propio santo de Padua. En él, mientras San Antonio se paseaba por doquier, han convergido quienes habían salido de casa con el estómago vacío y han encontrado en las tortillitas de camarones un manjar cercano a la perfección culinaria.

Como siempre, el acto central -la procesión- ha estado precedido por una santa misa que ha transcurrido al completo al aire libre y que se ha encargado de oficiar el obispo de la diócesis de Cádiz, Rafael Zornoza Boy, venido hasta la ciudad autónoma para secundar el evento (en calidad de autoridad religiosa).

Llegaba la hora del almuerzo y, con ello, el momento por todos esperado: la procesión. San Antonio, acosado por cientos y cientos de miradas, arrancaba su tradicional desfile tras sonar en el lugar el himno de Ceuta y, posteriormente, el repicar de las campanas de su templo. Daban forma a la comitiva rostros tan conocidos como Juan Vivas, Marcos Llago, Pilar Orozco y hasta un Eduardo Ayala al que no le ha pesado en lo absoluto dejar momentáneamente de lado su faceta más rociera.

Ha habido tiempo para todo; también para que los más supersticiosos se quedasen tranquilos. Las más valientes no se lo han pensado dos veces al momento de pasar el trasero por esa baldosa supuestamente bendita que yace en el interior de la ermita y que, según dicen, ayuda a una a conseguir novio. Alguna que otra, incluso, no ha tenido impedimento en ser inmortalizada -vía vídeo o foto- mientras hacía lo propio. "¡A ver si me llega ya!", lanzaba una joven anónima a los cuatro vientos.

Completada la vuelta de honor, San Antonio regresaba a su capilla en medio de un pasillo humano que elevaba la solemnidad y el fervor a la enésima potencia. Ya con el santo bajo techo, la Cofradía comenzaba a repartir lo que, para muchos, representa su razón de participar en la romería: los panecillos. Porque no, no hay verbena sin panecillos (mucho menos sin los fieles).