Pasó hace ahora cincuenta y seis años. Ocurrió en la localidad guipuzcoana de Aduna un 7 de junio de 1968 que, a partir de ese preciso momento, quedó grabado en el imaginario colectivo como una triste efeméride. España, aún en blanco y negro y en el contexto de una dictadura franquista que se adentraba ya (por fortuna) en su recta final, vivió con suma consternación la muerte del que, a efectos oficiales, fue la primera víctima mortal de ETA. El ciudadano caído en desgracia fue José Pardines Arcay, un jovencísimo guardia civil destinado en Euskadi con el que la organización nacionalista inició su cruel andanza de terror.

Nadie -ni el más pesimista de los españoles- esperaba que las décadas posteriores fuesen a ser tan aciagas como lo acabaron siendo. El saldo final hace estremecer a cualquiera: durante su mal llamada "lucha armada", ETA se cobró la vida de nada menos que 854 inocentes, 854 crímenes en los que la premeditación y la alevosía -cuando no el ensañamiento- fueron la tónica. Tras todo ello, tras la frialdad de los números, una consecuencia imborrable: el dolor de miles de familias que, en cierto modo, pasaron a estar incompletas.

El segundo asesinado a manos de ETA fue el jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa hasta su muerte en 1968, un supuesto torturador de nombre Melitón Manzanas al que el sucesor institucional de esa misma BPS -el CNP- homenajea cada año en el marco de lo que hace ya largo tiempo se convirtió en algo más que una simple fecha: el denominado 'Día de las víctimas del terrorismo en la Policía Nacional'. Fiel a su cita con el recuerdo, la Jefatura Superior ha vuelto a orquestar este 18 de junio en torno a la referida efeméride un acto que, como cada curso, tenía por objetivo "honrar a aquellos que, con su vida, pagaron la barbarie terrorista" (palabras de la relatora).

No podía ser otro el emplazamiento: el escenario elegido por el Cuerpo para rendir tributo a sus funcionarios muertos por terrorismo ha sido ese edificio al que Juan Vivas acostumbra a referirse (en tono de afecto) como "la casa común de todos los ceutíes". Allí, en el Salón del Trono, la solemnidad inicial -la prevista- se ha tornado en devoción al momento de echar la vista atrás y poner cara a todos esos 185 agentes que cayeron en acto de servicio por culpa de una atroz ideología que no entendía clemencia alguna.

Entre la multitud, entre todos esos políticos que se dicen 'servidores públicos', los representantes del estamento militar y sus homólogos del propio CNP, se atisbaba un rostro algo más lánguido que el resto, uno ya inconfundible: el de la viuda de Mohamed Ahmed Abderrahman, el único policía ceutí -que no el único ciudadano ceutí- que resultó asesinado por ETA durante su más de medio siglo de cruenta actividad.

Hay quien dice que el destino es caprichoso. Este 2024, se han cumplido 45 años de la inserción de la mujer en la Policía Nacional; fue en 1979 cuando la institución incorporó en sus filas a la primerísima remesa de féminas de toda su historia. Una de las integrantes de esa remesa era María José García Sánchez, una inspectora jefe que, a los dos años de hacerse con su placa y su arma reglamentaria, pereció cuando participaba en un operativo antiterrorista llevado a cabo en Zarauz. Como ella, fueron muchísimos los jóvenes deseosos de servir a los que su vocación les terminó costando muy, muy cara.

López Gordo tiene claro que todos cuantos murieron a manos de ETA lo hicieron "en defensa de la libertad". Y es que, no hay que olvidar que el CNP estuvo en todo momento "en primera línea de batalla". A pesar del bagaje y la experiencia adquiridas por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a raíz de tan infausto período de tiempo, la amenaza terrorista sigue ahí. No solo eso: esta misma "ha cambiado de paradigma". Siendo esa la premisa, el actual jefe superior de la Policía en suelo caballa cree necesaria "una labor preventiva", una que implica, entre otros movimientos, "la detención de individuos en proceso de radicalización".

Claro está, los agentes de nueva hornada no vivieron en sus carnes -puede que sí por televisión- absolutamente nada del azote terrorista, de ahí la importancia de inculcar a estos que aquellos que se quedaron por el camino son quienes "pagaron el precio de la libertad que hoy existe". "Ellos han sido el pago por la lucha en favor de la seguridad", lanzaba López Gordo a un grupo de funcionarios en fase de prácticas. "Nunca tengáis la desidia de olvidarlos", incidía.

Era una ceremonia solemne; no podía faltar el homenaje de rigor. "Lo demandó el honor y obedecieron; lo requirió el deber y lo acataron; con su sangre, la empresa rubricaron; con su esfuerzo, la patria engrandecieron", pronunciaba la relatora. "No quisieron servir a otra bandera; no quisieron andar otro camino; no supieron vivir de otra manera", concluía. Entretanto, mientras la megafonía del recinto reproducía los compases de ese clásico 'La muerte no es el final', Juan Vivas, López Gordo y Cristina Pérez depositaban cuidadosamente -en señal de respeto- una vistosa corona de flores a los pies de un ángel custodio; con ello, el evento llegaba a su fin (hasta el año que viene).