Ya no es que fuese necesario, es que era casi obligatorio. La situación lo requería; era imperioso. Sigue igual de descuidada que hace ahora dos meses, cuando el que escribe estas líneas ahondó en su estado de abandono, mas no tanto como por aquel entonces. Por fortuna para todos cuantos la frecuentan, la plaza de Azcárate ha amanecido este lunes algo más limpia de lo que estaba ayer.

Cabe reseñar que no hablamos de un emplazamiento cualquiera; hablamos de un lugar que, verdaderamente, rezuma vida por sus cuatro costados. En él, convergen cada día más de un centenar de convecinos y paseantes que han hecho de la zona una especie de local social improvisado, uno en el que otro buen puñado de niños han encontrado su espacio de juego predilecto.

Cualquiera que viva por sus aledaños coincidirá con el que suscribe en que la glorieta atraviesa, hoy por hoy, uno de sus peores momentos históricos (si no el peor). Al agua que se estanca en sus bancos cuando llueve, hay que sumar un problema aún mayor: la suciedad. Da igual la época del año que sea; Azcárate está siempre repleta de residuos: cartón, plástico, latas, tetrabriks... Por haber, hay hasta ropa de cama. La había, al menos, hasta este 13 de mayo, día en el que, tras varios meses de absoluta quietud por parte de la Administración, la plazoleta ha recibido -por fin- un más que merecido lavado de cara.

Ha sido tras el sonar del timbre de entrada del Lope de Vega cuando una cuadrilla del Plan de Empleo ha llegado a la zona. El grupo, integrado por un total de siete operarios, ha empezado a faenar pasadas las nueve en punto de la mañana. Por delante, algo más que una simple jornada de trabajo: una dura y dificultosa misión.

Las labores se han centrado en la retirada de los enseres que, hasta hoy mismo, llenaban hasta los topes los escasos espacios verdes que se ubican tras los bancos. Hay quienes atribuyen la circunstancia a la dejadez de la futura corporación municipal de limpieza viaria; otros, al incivismo de aquellos que visitan el lugar a diario. Sea una cosa o la otra (o ambas dos), la realidad es que la plaza luce habitualmente muy desaseada.

Había cinco mujeres y dos hombres. Todos compartían una cosa: gorra. Las primeras se han encargado de quitar de la vista todo aquel elemento que fuese ajeno a la glorieta. La cantidad de residuo acumulado era tal que ha dado para llenar hasta seis bolsas de basura. Ojo: no de las que tienes en tu casa: bolsas industriales, tamaño XXL.

Llegaba el mediodía y, con él, un calor cercano al de los meses de julio y agosto; tocaba hacer un alto en el camino. Mientras cuatro de las féminas continuaban laborando -a menor ritmo-, la quinta arribaba con una botella de agua para ella misma y para cada una de sus compañeras. De nuevo hidratadas, las asalariadas procedían con la segunda parte: trabajar la tierra hasta dejarla prácticamente lisa.

Despejada la zona, los dos operarios restantes hacían acto de presencia para cargar consigo las bolsas resultantes de la limpieza. A decir verdad, el producto final no es nada del otro mundo -la estampa está muy lejos de aquella de la plaza de África-, pero, como suele decirse, 'menos da una piedra'. Lo bueno es que Azcárate vuelve a estar (más o menos) aseada.